Recuerdo un día en el Vedado de Peñaflor (Zaragoza) en que salió una
becada (Scolopax rusticola) casi debajo de mis mismos pies. Al ir yo pensando
en mis cosas, me dio un pequeño susto. Estaba yo más acostumbrado a que esto
mismo fuese protagonizado por alguna liebre (Lepus granatensis), a pesar de que
conocía la existencia de becadas por las plumas que había encontrado tiempos
atrás. Esta cualidad de aguantar hasta el último momento para levantar el vuelo
creo que es lo que les ha valido el nombre de “sordas” en algún lugar.
Es enigmática la vida de este ave que recolecta su alimento
bajo la hojarasca del suelo. Con su pico recolecta los animalillos que
viven bajo el mantillo y entre las hojas en putrefacción. Según numerosas
publicaciones, recoge su comida gracias a la sensibilidad táctil de su pico. Igual
que hace el kiwi (Apteryx spp) en nueva Zelanda y con quien no guarda ningún
parentesco. Como nosotros y el ratón.
Sentía mucha curiosidad por ver de cerca un pico como el de
la becada. El primer paso fue el de solicitar a algunos cazadores conocidos que
me guardaran cabezas de becadas si es que cazaban alguna. El día que tuve una cabeza
de becada en mi mano, quedé sorpendido no por el pico, sino por el lugar donde
tiene ubicada la abertura del oído. Se puede observar lo visto en la foto de arriba a la derecha. Era la primera vez que veía una cosa
semejante. Cuando retiré la carne del hueso todavía quedé más sorprendido, pues
el conducto auditivo pasaba “a caballo” de la mandíbula, por un canal especial,
hecho este que convertía su pico en un fonendoscopio. Este aparato introducido
en la hojarasca le ha de prestar seguramente puntual información del más leve
sonido producido bajo la misma. Si nosotros rozamos ligeramente uno de nuestros
dientes, comprobaremos que percibimos el sonido magnificado a través de la mandíbula
y su conexión articular con el cráneo, articulación que se encuentra próxima al
oído. Imaginad si nuestro conducto auditivo no sólo estuviese cerca de la
mandíbula sino que pasase “a través de la misma”.
Comprobé si en el caso del kiwi, el oído tiene una configuración parecida, y en una foto lateral de un cráneo de kiwi, veía el sospechoso paso del oído a través de mandíbula inferior que se aprecia en el cráneo de la becada, si bien es algo más rudimentario.
Comprobé si en el caso del kiwi, el oído tiene una configuración parecida, y en una foto lateral de un cráneo de kiwi, veía el sospechoso paso del oído a través de mandíbula inferior que se aprecia en el cráneo de la becada, si bien es algo más rudimentario.
Empecé a cuestionarme la extrema sensibilidad del pico
frente a semejante aparato auditivo. Busqué imágenes de picos de kiwis, ya que
no tengo acceso a ninguno. Aparecen aquí a la derecha. Las fotos de los picos del kiwi me motivaron para
comprobar paralelismos en los de la becada. Allí estaba. El pico de la becada
era extremadamente parecido al del kiwi, y los huecos donde se aloja el sentido
del tacto en el pico (corpúsculos de Herbst) tenían idéntica apariencia. Si el pico del kiwi es muy
sensible, el de la becada no lo es menos. La foto es algo borrosa pero es que las hago por el ocular de la lupa con mi cámara compacta.
En cuanto a que las aves localicen la comida por medio del
olfato, encontré referencias en la que se podía comprobar cómo las narinas
(agujeros de la “nariz”) del kiwi llegaban hasta la parte distal del pico, lo
que confirma que probablemente utilicen activamente el olfato en su busca de
alimento. Parece estar documentado el buen olfato en algunas aves como el
buitre americano, (Cathartes aura) y el kiwi a pesar de que este sentido no
parece estar muy desarrollado en la mayoría de las aves. Con respecto al olfato
de estas aves, he encontrado referencias en: http://rapacesdelmundo.blogspot.com.es/2011/10/el-olfato-en-las-aves-rapaces.html.
Hay que destacar que Darwin hizo una pequeña prueba para comprobar el olfato del buitre (C. aura) envolviendo carne en un papel y no comprobó que su olfato fuese nada prodigioso. Este experimento fue realizado anteriormente por Audubon y por Mr Buchman con idéntico resultado. Darwin pensaba que quizá los buitres se ven entre sí y cuando unos encuentran la comida y descienden, estos llaman la atención de los otros. (No sé si ya lo había leído o si fue una predicción suya sin saberlo). Da clara referencia de este hecho en su libro "Un naturalista alrededor del mundo", donde narra hechos vividos en su viaje en el Beagle.
Hay que destacar que Darwin hizo una pequeña prueba para comprobar el olfato del buitre (C. aura) envolviendo carne en un papel y no comprobó que su olfato fuese nada prodigioso. Este experimento fue realizado anteriormente por Audubon y por Mr Buchman con idéntico resultado. Darwin pensaba que quizá los buitres se ven entre sí y cuando unos encuentran la comida y descienden, estos llaman la atención de los otros. (No sé si ya lo había leído o si fue una predicción suya sin saberlo). Da clara referencia de este hecho en su libro "Un naturalista alrededor del mundo", donde narra hechos vividos en su viaje en el Beagle.
El gran tamaño de los lóbulos olfatorios del cerebro de la
becada apunta a que también su olfato está bien desarrollado y que podría
usarse en la localización del alimento, según aseguran en el enlace: http://ret007ie.eresmas.net/OLFATOBECADA/sentido_del_olfato_en_la_becada1.htm
La diferencia entre ambas aves es enorme. El Kiwi no puede
volar, y no posee las adaptaciones en el esqueleto relacionadas con el vuelo.
El esqueleto de la becada en cambio, es como el del resto de las aves. El kiwi
es nocturno. Sus ojos son pequeños y su visión es pobre Los ojos de la becada
son muy grandes, y con ellos domina todo el entrono a su alrededor. Es difícil
que un depredador la pueda sorprender incluso cuando está con el pico
introducido en el interior del suelo. La foto de la parte distal del pico de la becada con su funda (a la derecha), muestra el sorprendente parecido con el del kiwi (arriba a la derecha, parte superior de la foto).
Parece sin embargo maravilloso, que en dos aves tan
diferentes, los aspectos en que ambas coinciden, que es la necesidad de recoger
lombrices y animalillos del suelo es lo que ha tallado los sorprendentes paralelismos
morfológicos entre ambas. El hecho de esta convergencia evolutiva entre
especies que evolucionaron aisladas durante millones de años hace que la
naturaleza nunca deje de sorprender.
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