Los incendios, en principio, son procesos naturales más o menos habituales en la naturaleza. Como estos procesos forman parte del escenario natural desde hace millones de años, las diferentes especies han tenido que adaptarse a su presencia o sucumbir. Es la ley marcada por la selección natural que ya describiese Darwin. El planeta y la supervivencia en él, distan de ser un cuento de Disney. Constantemente, hay que buscar alimento, vigilar a los posibles depredadores y sobrevivir para dejar descendencia. Y eso, no sólo han de hacerlo los animales, sino también los vegetales y el resto de los seres vivos. Para aquellos seres vivos que pueden desplazarse, siempre existe la huída para zafarse del peligro, pero aquellos que como los vegetales, han de permanecer en el sitio, las adaptaciones a catástrofes naturales como los incendios, ya sean provocados por los rayos o por las erupciones volcánicas, pasan por dos únicos caminos. O resistir a la acción devastadora del incendio, o dejar una descendencia adaptada al nuevo paisaje generado tras el mismo. Al fin y al cabo, perpetuar la descendencia es, en cierto modo, perpetuarse a sí mismo. Encabezando esta entrada, vemos una fotografía tomada esta misma semana en la regeneración natural del incendio que sufrieron los montes xeromediterráneos de Valmadrid, en Zaragoza. El incendio fue estabilizado el 31/7/2009 tras quemar 1700 hectáreas de tres municipios. Toda la superficie ocupada inicialmente por el bosque se está regenerando. El monte del fondo no se regenera, pero ya no era bosque en 2009 y muchos años antes. La sobreexplotación ganadera del entorno de Zaragoza en épocas pasadas, dejó mucha superficie con este aspecto, aumentando considerablemente aquella que por razones de salinidad, suelos o fauna herbívora antigua tuviese condición de zona esteparia. La fauna salvaje fue sustituida por el ganado, censándose en Zaragoza, a finales del siglo XVIII 100.000 cabezas de ganado lanar en la ciudad de Zaragoza. A este se unirían presumiblemente ganado bajado de la montaña en invierno.
Es el pino carrasco, como ya he dicho, un auténtico especialista en sembrar retoños al mismo tiempo que surge el incendio. Posee, además de las piñas convencionales, unas piñas especiales denominadas serótinas, (foto de la abajo a la derecha) que no liberan las semillas al madurar, como ocurre con las piñas convencionales. Estas piñas, se secan y constituyen un arca donde se encuentran atrapadas las semillas viables durante meses o años. Sólo el tremendo calor producido por un incendio provoca la apertura de la piña, que liberará los piñones y las corrientes de aire provocadas por el propio incendio las distribuirá gracias a un ala que les permite ser impulsadas por el viento. A la izquierda, piñón típico con su ala.
En el dibujo adjunto de la derecha (pinchar sobre él para ver más grande), vemos cual es el proceso de regeneración de un bosque mediterráneo. En un bosque, árboles y arbustos conviven llenando todo el espacio, lo que además de un aprovechamiento máximo de dicho espacio, facilita que el suelo esté debidamente estructurado y que los procesos vitales se lleven a cabo en su totalidad. Especies determinadas de aves y mamíferos contribuyen de forma activa en la distribución de las semillas. Ilustrar esto con un zorro y una urraca, no es casual. Estas especies entre otras, contribuyen de forma decisiva en la distribución de las semillas. Elegirlas a ellas tiene la única finalidad de mostrar un aspecto de la ecología de los bosques, que quizá no es bien conocida y que ilustra el desconocimiento sobre la ecología forestal que ostentan algunos medios ultradefensores de eliminar córvidos y zorros a quienes denominan directamente "anticaza". La diversidad del bosque facilita que aun tras el más brutal de los incendios, el bosque siga latente, iniciando su regeneración tan sólo unas semanas después de haberse apagado. Una gestión inadecuada pastoreando los bosques, si provocan la desaparición excesiva de sotobosque y de plantones jóvenes, compromete la regeneración del bosque tras un incendio, que tenemos la absoluta seguridad que se producirá tarde o temprano, porque a los rayos y fenómenos naturales se suma la gran cantidad de incendios que se provocan por diferentes intereses o por descuidos. La extracción de la madera quemada, puede ser perjudicial. Por ello, hay que valorar como se hace. La madera no es mala para el bosque, si bien es un recurso que obtenemos del mismo. La construcción de fajinas con troncos para evitar la erosión tienen el valor añadido de que la materia orgánica retorne de algún modo al bosque, hecho que no ocurre si se extrae la totalidad de la madera. Cuando se decide realizar la extracción de la madera, si sólo prima el criterio técnico, podría ser una práctica perjudicial. Los árboles calcinados son los soportes sobre los que se detendrán las aves a expulsar las semillas de las plantas que no rebrotan contenidas en sus excrementos. Es igualmente poco apropiado llevar alimento a las especies silvestres, siendo más conveniente que abandonen la zona para buscar alimento en las proximidades. Si permanecen en el lugar, se alimentarán de la vegetación que se regenera sin darle tregua. Los primeros meses es mejor que se recuperen los vegetales, los herbívoros pronto podrán volver. Esta práctica, que hemos visto emprenden algunas asociaciones de cazadores, tiene como objeto la fijación en el territorio de las piezas que más tarde cazarán. No es bueno forzar la presencia de estas en los primeros meses tras el incendio, pues eliminarían los rebrotes y plantones tiernos. Ya retornará el bosque con la caza en un futuro próximo. Es curioso que contribuyan a esta práctica algunas personas amantes de los animales que en su visión sesgada de lo que es un bosque no aceptan los ritmos que establece la naturaleza. Unos meses después de aportar comida a los animales silvestres, serán enemigos irreconciliables de los cazadores. Sí que en cambio sería de gran ayuda aportar comida al ganado para que no estropease la regeneración. Como vemos, ganado, caza, recuperar parte de la productividad del bosque o incluso la quienes pretenden la protección de los animales y que no mantienen una imagen global del ecosistema, tienden, sin maldad, a orientar la futura gestión de forma inadecuada para la perpetuación del ecosistema. Deben por ello las actividades descritas estar sujetas a criterios científicos. No deben ser prohibidas, pero sí han de ser supervisadas y orientadas por criterios globales, que contemplen el ecosistema y su reconstrucción. De este modo, el bosque siempre estará ahí cuando nos haga falta. Cuando el bosque arde, si está cerca de núcleos de población suele afectar muy negativamente en la vida de las personas del entorno. Cuanto menos dinero se dedica a la reconstrucción del bosque, más se puede dedicar a reconstruir la economía de las personas del entorno quebrantada de forma abrupta e irreversible si no se aportan ayudas.
Como vemos, el bosque mediterráneo, no corre peligro de desaparecer mientras siga siendo bosque, mantenga las suficientes piezas para su autoreconstrucción y no sufra un incendio recurrente. Cuantas más piezas pierde el bosque, más se compromete su futuro. Las dehesas sobreexplotadas y sin diversidad pierden una gran cantidad de la esencia que las caracteriza cuando muere una sóla encina, debido a que no hay otras jóvenes que la sustituyan desde hace décadas.
Un problema que surge debido a la tremenda adaptación al fuego que presenta el pino carrasco, es que esta especie se ha usado masivamente para las repoblaciones o cultivos forestales. Este es un aspecto muchas veces criticado. Hay que comprender, que las repoblaciones forestales se hicieron con criterios técnicos, no ecológicos. Desde el punto de vista técnico, no hay mejor especie que el pino carrasco para generar un arbolado en suelos degradados. Soporta pluviometrías subdesérticas, siendo capaz de vivir en lugares donde ningún otro árbol lo hace. Como resultado de estas repoblaciones, tenemos cultivos forestales altamente inflamables en lugares cuya vegetación potencial sería otra, compuesta por planifolios de quercíneas de varias especies. Frente a quien habla de meter ganado en los bosques para que no ardan, que no deja de ser una proposición descabellada, debe de primar la del objetivo de tener bosques, que ardan o no, se perpetúen por sí mismos.
Durante milenios, los bosques se
han desplazado a lo largo y ancho de los continentes o las alturas cambiantes
de las montañas libremente. Los cambios en el clima no han sido por lo tanto
catastróficos. Un aumento de las condiciones de aridez, provocaba que quienes
eran más resistentes a estas condiciones pudieran invadir las zonas de lo que
antaño fueran zonas más húmedas e ir sustituyendo a los bosques propios de
ellas, que aumentarían en latitud o altitud buscando áreas mejores. No es algo
que se haga de forma consciente y premeditada, sino que las semillas son
capaces de germinar y dar lugar a ejemplares adultos de las plantas que sean, más allá de los límites antiguos. En algunas décadas, el bosque era capaz de
“moverse de sitio”. Esto se ve en el monte cuando se observa como la transición
de una vegetación típica a otra no es una “raya”, sino que existe una zona de contacto con
especies dispersas de los componentes de ambos tipos de bosque, más húmedo y
más seco. Ante un cambio, en esta zona unas especies predominarán sobre las
otras y las que avancen se internarán más en la zona de la otra produciéndose esta zona de contacto más adelante, produciéndose el "movimiento".
El escenario actual dista mucho de permitir este movimiento. Muchos de los bosques actuales son reductos-isla atrapados entre áreas de cultivos que no permiten su lento desplazamiento, y no existe en muchos casos esta zona de contacto que es “tierra de nadie”. Estos desplazamientos, vividos como recolonizaciones, los hemos visto en las últimas décadas sobre tierras abandonadas del entorno rural donde la maquinaria moderna ya no las hace rentables. Es imposible en muchos casos este desplazamiento, (que a mí me recuerda a las estrellas de mar sobre las rocas y los cangrejos huyendo a su paso) en el contexto paisajístico actual. Pero podemos dotar de esa movilidad a los bosques dentro de sus propias islas, creando en dichas islas "tierras de nadie".
En las zonas aclaradas, próximas a los árboles del cultivo forestal, los plantones nuevos tienen más ventaja por existir una disminución de las condiciones de insolación al disfrutar de sombra durante algunas horas del día y al mismo tiempo luz suficiente para poder desarrollarse. Esto, en unos pocos años, dota al bosque monoespecífico de un aporte de arbustos y árboles con capacidad de rebrote que permitan una autoregeneración del monocultivo hacia un bosque más diverso, de mayor calidad cuanto más tiempo transcurra hasta el incendio. En la medida que los árboles y arbustos vayan creciendo, se deben eliminar ejemplares del cultivo, que por otra parte, era el objetivo final del mismo. Los cultivos forestales no son autoregeneradores de bosques, ya que no lo son. La introducción de biodiversidad los, dota de esa capacidad.
En algunas de las masas de plantaciones de pino carrasco, debido a lo rústico del árbol, pudiera ser que la viabilidad de las encinas no fuese posible por el aumento de la rigurosidad del clima, pero los arbustos introducidos, dotarían a la regeneración tras un incendio, de la entidad propia de un bosque natural y capacidad de autoregeneración. Aún así, incluso en los bosques de pino carrasco más secos encuentran las encinas lugar para poder subsistir en el fondo de las vales o en lugares más húmedos. La introducción de estas especies se facilita buscando los emplazamientos más favorables a las mismas.
En los bosques naturales aislados
en los que no existe contacto entre diferentes “pisos” de vegetación, que
implica por otra parte el aislamiento de los mismos e incapacidad de movimiento
frente a cambios del clima, lo que procede es la introducción dispersa de plantas
forestales de especies menos exigentes en humedad y precipitaciones para
obtener el efecto de “tierra de nadie” que existe en los bosques de forma natural.
Esto implica actuar incluso en masas naturales añadiendo especies que aún
siendo autóctonas, no sean propias de la latitud en este momento. Por supuesto,
la introducción se ha de realizar con los árboles y arbustos propios de cada
comunidad vegetal.
Los tiempos perdidos no regresan.
El tiempo perdido en la no introducción de sotobosque en los cultivos
forestales o la eliminación del mismo para "limpiarlos" ahora nos pasa factura, pues tras los incendios, o bien la
regeneración nos conduce de nuevo a masas monoespecíficas, o nos deja en la
misma situación que la que hubo antes de la repoblación. En algunos casos, el
incendio llega a ser incluso positivo desde el punto de la biodiversidad, al dar posibilidad de rebrote a aquel bosque que fue
arrasado para repoblar y que sigue latente bajo unos pinos que pueden proceder incluso de otro continente. Importante reto el que enfrentamos, es el de devolver al monte la capacidad de regenerarse en una encrucijada de crisis civilizatoria que abarca tanto al mundo agrícola, como al ganadero, energético, biológico e incluso social. Es el momento de actuar... pero con criterios científicos. Si como respuesta a los incendios terminamos con la resiliencia de los bosques y su capacidad de perpetuarse, habremos cometido un error más.
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