Pero había ido a verlo a él. A Tiberio. Al quebrantahuesos (Gypaetus barbatus) que un día llegó a mi casa en una caja de cartón para que montara su esqueleto. Había muerto envenenado. Después fue cedido su cuerpo para un estudio científico y posteriormente cedido a la Fundación para que estuviera en este centro de interpretación. Todos los huesos sueltos, fueron unidos uno a uno mediante cola de carpintero a lo largo de muchos días.
Para montarlo, primero separé e identifiqué el lugar donde iba cada hueso. Fui montándolo por trozos, sosteniéndolos en una posición que me pareciese bien sobre cajas, palitos y plastilina y después dando la cola de carpintero a capas de modo que no tuviera que dañar ningún hueso para colocar alambres y que si en un futuro se quisiese desmontar el esqueleto, ponerlo a remojo fuese suficiente.
Poco apoco fue tomando forma y pude llegar a montar hueso a hueso incluso los anillos escleróticos, que son unos huesos que las aves y algunos reptiles tienen en sus ojos.Cuando hube terminado de montar el esqueleto, comprobé lo poco que da idea de lo que es un quebrantahuesos en vida, ni de su tremenda envergadura. Entonces propuse colocar las plumas de vuelo en la mitad del ave.
Con la debida autorización, retiramos plumas de otro ejemplar que estaba congelado en el Centro de Recuperación de Fauna de la Alfranca. Las plumas estaban hechas un zarrio (palabra aragonesa que significa trasto o cacharro). Pacientemente y con agua muy caliente, casi hirviendo fueron tomando forma y quedaron de tal modo que al ser devueltas las que sobraron al centro de recuperación quedaron sorprendidos del cambio.
Una vez vista la obra terminada decidí montar también un pardillo (Acanthis cannabina) del mismo modo para que se pudieran comparar ambas aves.
...Allí quedó Tiberio, suspendido en un planeo continuo que un día congeló el veneno, agazapado en un trozo de carne que alguien colocó con quien sabe que motivos...
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