Uno de los
pasajes del Origen de Las Especies de Ch. Darwin que recuerdo con más emoción,
es el del relato de cómo humedeciendo el barro que llevaba adherida la pata de
una becada o chocha-perdiz (Scolopax
rusticola) que le fue enviada, germinó una semilla de resbalabueyes (Juncus bofonius).
El motivo
de tal emoción se remonta a hace más de 15 años. Recuerdo que sería el año 1997
o algo así. Trabajaba en la Unidad de Sanidad Forestal de Zaragoza y fumigaba
con mi compañero, entonces Antonio González, los pinos del pueblo de Chiprana
para evitar la presencia de orugas de procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa) en las calles,
así como los posibles efectos perjudiciales de las urticantes orugas a sus
vecinos. A la hora de comer, decidimos acercarnos a la laguna salada de
Chiprana. Bocadillo de tortilla, prismáticos, y sentados en un escarpe de la
zona sur, con los pies colgando a dos metros sobre la superficie del agua
cristalina. Sabía de la presencia de Artemia
salina en esta laguna por un artículo leído en la revista Empelte, nº 7 (bibliografía).
Esta revista la compré en Caspe durante una excursión a Chiprana años antes con
el ornitólogo Javier Pradas. En aquellos tiempos, se tenía a esta salada como
la única laguna salada de interior con presencia de Artemia salina.
Por
aquellos entonces, yo tenía mis acuarios, y conocía a Artemia salina (a la izquierda) por las publicaciones del ramo. La característica de
depositar los huevos en el barro salado de las marismas, de cómo este barro
salado se recogía y enviaba de un lugar a otro de la Tierra por correo y que cuando
el destinatario lo recibía y lo ponía con agua salada los huevos eclosionaban obteniendo
así un alimento vivo de calidad, hacían a esta especie muy interesante como alimento vivo en acuariofilia.
Cuando
conocí esta característica de las artemias, cobraron sentido unos anuncios que
veía en las revistas de la peluquería de mi vecina cuando era un niño. En ellos
se vendían unos sobres milagrosos que contenían "monos de mar". Se aseguraba que
puestos en agua, surgían de forma milagrosa y efectuaban múltiples cabriolas y
persecuciones proporcionando momentos de gran diversión.
Conocía también
la presencia de Artemia Salina en las
marismas de La Camargue francesa, de la presencia de flamenco rosa (Phoenicopterus ruber) y de la curiosidad
de que debían el colorido rosáceo a que sus plumas se teñían por el consumo de crustáceos
del tipo de Artemia salina. Entre
bocado y bocado de tortilla y con los prismáticos, veía dos ejemplares de tarro
blanco (Tadorna tadorna) en la orilla
norte de la Salada. Esta especie migratoria se reproducía precisamente en La
Camargue francesa. Pensé en los huevos de artemia depositados en el barro del
suelo en La Camargue y de cómo podían viajar en las patas o las plumas de estos
patos hasta esta laguna salada del mismo modo que podían viajar en un sobre
hasta nuestras casas y después ser viables todavía. También había cuatro
grullas (Grus grus). Era la primera
vez que veía grullas posadas, y también la primera vez que veía ejemplares de tarro
blanco.
Se me
ocurrió, que del mismo modo que podían haber llegado las artemias a Chiparana,
a vuelo de pato, Las grullas podían transportarlas a otras lagunas saladas del
interior peninsular en las que las grullas también hacen paradas migratorias.
Cuando hoy
en día leo alguna publicación en la que se habla de la presencia de Artemia Salina en lagunas saladas en las
que también se pueden ver grullas, todavía recuerdo aquellos momentos. Y es este,
he de confesar, el motivo de que años después, cuando tuve en mi poder el libro
del Origen de Las Especies y leí el capítulo XII; recuerde su lectura con la
misma emoción con la que contemplé por vez primera aquellos dos ejemplares de
tarro blanco (a la izquierda) en la Salada de Chiprana...