Por fin se acaba la “estación seca”. En el Valle del Ebro. Llevamos muchos días, meses pudieran ser sin que caiga una sola gota de agua. Con el otoño y los días que se acortan, también aparecen las “aguadas”, que es como llamamos en Aragón al rocío. Estas precipitaciones diarias y difíciles de cuantificar posibilitan que los anfibios como los sapos, que viven en entornos secos puedan estar activos durante la noche sin riesgo a desecarse y morir.
En nuestra casa, junto al incipiente bosque y pradera van aumentando las especies silvestres que convivirán con nosotros. Murciélagos, pequeños pájaros como los gorriones molineros y comunes viven con nosotros. Otras aves mayores como las urracas, los cernícalos, mochuelos y lechuzas e incluso aves grandes como las garzas, o garcillas vienen a aprovechar el recurso alimenticio que son los topillos. Este año, hemos rescatado cientos de sapos corredores recién metamorfoseados de las piscinas y los hemos liberado en el terreno. Hemos visto como van conquistando el territorio saliendo de la finca libremente, aunque no sabemos que éxito tendrán en los alrededores
Poco a poco van creciendo. No los observamos directamente, pero sí que vemos los indicios de su actividad. Principalmente sus excrementos. Su tamaño se ha duplicado e incluso triplicado en esta temporada, desde su suelta en primavera hasta hoy.
Los excrementos de los sapos, cuya foto encabeza esta entrada, son muy característicos. Algunas personas los confunden con excrementos de erizo. Aunque las dimensiones son muy parecidas en caso de sapos grandes, existen unos indicativos que nos permiten distinguirlos fácilmente. En primer lugar, aunque los dos contienen “caparazones” de insectos, si bien en el caso del erizo estos aparecen rotos por los puntiagudos molares típicos de un insectívoro, en el caso de tratarse de un excremento de sapo, que no posee dientes, las partes de los insectos aparecen sin romper.
Tanto en el caso del excremento de sapo como en el de erizo puede aparecer uno de los extremos puntiagudo, aunque en el caso del sapo esto es menos frecuente. Por último y como prueba definitiva, la consistencia del excremento de sapo es extremadamente frágil de modo que se desmenuza muy fácilmente, casi sin tocarlos o con una muy leve presión. Las hormigas suponen una muy importante proporción de la dieta del sapo, lo que permite diferenciarlos fácilmente de las egagrópilas de un autillo. En la foto se puede contemplar un excremento y debajo de él el contenido de otro desmenuzado.
El aspecto exterior del excremento de sapo puede variar siendo posible encontrarlos limpios y brillantes al ser su composición 100% insectos o puede aparecer una más o menos fina capa de tierra que los cubre por haber consumido también lombrices el sapo que lo expulsó.
Pronto vendrán los fríos y los sapos se esconderán enterrados en el suelo. El seco verano pudieron pasarlo en refugios más superficiales, pero el invierno es más duro y hay que protegerse del frío. Practicarán un agujero que irán tapando al mismo tiempo que va aumentando de profundidad quedando sólo sin tapar la cámara donde invernarán. Esto hace que en los lugares donde se entierran no parezcan montículos como los que hacen los topillo o los mismos topos, ya que estos expulsan mucha más tierra al conservar libre la totalidad de la galería. El lugar donde se ha enterrado un sapo es perceptible tan sólo en un corto espacio de tiempo, pues pronto el suelo quedará sepultado por hojas o el aspecto del sitio quedará uniforme sin que pueda percibirse ningún indicio de su presencia. en la foto de la derecha, aspecto del túnel practicado y tapiado que ha dado paso a la cámara de hibernación bastantes centímetros más adentro. En la foto, es ese espacio de tierra removida del centro, justo bajo la fecha. El sapo, se entierra excavando con las patas traseras. De este modo, va girando, excavando y empujando la tierra hacia adelante y tapando el túnel ayudándose con las patas delanteras al mismo tiempo que va excavando con las patas traseras...