Hace muchos años, más de 30, cuando era delineante, trabajé en una
empresa que se dedicaba a fabricar centros de planchado industriales.
Cuando llegué, en una oficina pequeña y algo oscura, de diseño
anclado en los años 50, lo primero que hice fue ponerme un póster de
los Mallos de Riglos en la pared.
Un día casi recién llegado, estuve entablando conversación con dos de las
personas que ya estaban allí, y uno de ellos se había fijado en mi póster. Él, trabajaba de ajustador. Puede que se llamara Martín. Procedía de un pueblo del Moncayo y era cazador. En la conversación estaba también el tornero, que no sé si era o no cazador. Es
una pena no recordar sus nombres con absoluta seguridad, aunque sí recuerdo sus caras. En un momento determinado de la conversación surgió un comentario que actualmente está de moda. Hizo una
crítica sobre los conocimientos que pueden o no tener los
ecologistas, añadiendo que una vez le preguntó a uno "y no sabía ni de donde
nacían las encinas (Quercus ilex)". Así pues, procedió a interrogarme más directamente con la misma pregunta. Yo contesté “de las bellotas”.
Entonces, conté con
su aprobación. Le pareció que al menos podía seguir hablando conmigo. Entonces, retomé la conversación y le dije: “Ahora me toca preguntar a mí”. Le hice una pregunta sencilla. De su pueblo. Del lugar donde había nacido y crecido. Algo cotidiano y que pudiera ser tan simple como para verlo todos los días, pero algo en lo que casi nadie repara. Le pregunté "¿cuántas especies de gorrión puedes ver
desde la ventana de tu casa ?. Se quedó muerto. No creía que
pudiera haber varios tipos de gorrión diferente. Supuse que al igual que yo, en el entorno rural, habría cogido gorriones cuando son volantones o los haría cazado con el "tirachinas". Así pues fue una pregunta que lo dejó perplejo.
Le comenté las
diferencias entre gorrión molinero y gorrión común y que si se
fijaba, podría identificarlos sencillamente. A la derecha, una fotografía donde se ven gorriones comunes y más abajo, una fotografía de dos gorriones molineros. Conseguí su respeto
y hablábamos de cosas de la naturaleza, que le encantaba, casi a diario. Su pueblo era San Martín de la Virgen del Moncayo. Un día, le comenté
que me iba de excursión con unos amigos a la zona de Añón, a
caminar por el barranco de Morana, También en el Moncayo. Me comentó que me gustaría, y no dejó de alabar las maravillas de su montaña, la que desde pequeño adornó su horizonte imponente.
El lunes siguiente,
él recordaba que había ido y estaba impaciente por entablar conversación. Me preguntaba lo que había visto y escuchaba con gran atención. Yo tenía veinticuatro años o así, y mirándome yo al espejo hoy, el rondaría los 55, algo más quizá. Le
hablé sobre las plantas y pájaros que habíamos visto, pero que quizá lo
mejor de la jornada era medio eslizón tridáctilo (
Chalcides striatus) que estaba
pinchado por un alcaudón (
Lanius sp) en un rosal silvestre, (
Rosa canina) y al que se estaban
terminando de comer las avispas (
Polistes sp).
Él, me contó que
era difícil verlos, que había tenido mucha suerte, pero acabó diciendo que eran víboras. Le dije que no eran víboras. Él me dijo que picaban a las
ovejas en el cuello y se les hinchaba, teniendo que hacerles no me acuerdo qué operación para salvarles la vida. Le dije tranquilamente, que el eslizón era un lagarto y no una serpiente, con lo que tampoco una víbora y mucho menos, venenoso. Entonces, él me dijo que su padre había sido siempre pastor y se lo había contado, y que él incluso les había visto saltar hacia las ovejas. Le dije que podría haberlos visto saltar hacia las ovejas y todo lo demás pero que era imposible que hubieran provocado daño alguno a las ovejas. Se ofendió. Me dijo que estaba diciendo que su padre mentía y hacía aspavientos. Como sabía de su interés, le dije que le llevaría un libro de animales donde contaba esto.
Al día siguiente, me acerqué como siempre a su puesto de trabajo a decirle que le había llevado el libro. Delante del tornero me dijo contrariado que no necesitaba ningún libro. Pero al acabar la jornada, se esperó a que saliera y me susurró que le dejara el libro. Se lo llevó a casa.
Al día siguiente, vino al sitio donde yo trabajaba antes incluso de que yo dejara mi material y comenzara a preparar mi trabajo. Me dijo: "Tenías razón.". Si decir nada más me alargó un paquete hecho con papel de periódico y me dijo: "Te he traído un regalo". Cuando desenvolví el paquete, ví que contenía una pala de gamo (Dama dama) cuya foto está a la derecha. Me pareció absolutamente maravillosa, y de hecho aún la conservo. Me ha acompañado a todas mis exposiciones de naturaleza tanto aquí como en Francia. Abajo está en una fotografía.
El resto del tiempo que estuve trabajando allí, me contó historias de cuando cazaba. De como había llegado a comer zorros cuando la comida era escasa, y como había paleado nieve con el resto de la gente joven hasta el Sanatorio de Agramonte, a cambio de un vaso de café con leche caliente. Eran conversaciones muy placenteras siempre con la naturaleza como fondo. Aún lo recuerdo en su puesto de trabajo, sujetando la tela a una termofijadora de las que fabricábamos allí. A su izquierda, el tornero, y a su derecha, un fontanero que montaba los tubos y el aislamiento de las calderas de los centros de planchado.
Hoy, me doy cuenta que puedo estar más tiempo hablando de los recuerdos que tengo que de lo nuevo que he vivido en los últimos años. Hoy soy yo quien cuenta las historias. Pero hoy, aun con toda la información que tenemos, proliferan historias como la del eslizón. Hoy, esas historias imposibles no están sólo en la boca del pastor que las cuenta a su hijo. Hoy salen en los libros y revistas, de modo que es mucho más difícil hacer pedagogía natural a quien cuenta estas cosas. Son muchos los ignorantes que a sabiendas o no, cuentan cosas imposibles de la naturaleza. Con este tema, voy a hacer una pequeña serie de artículos sobre bulos, mitos y leyendas de la naturaleza.