Recuerdo
con emoción un estupendo documental de Hugo van Lawick llamado Las Mareas de
Kirawira. En él nos habla de dos mareas que confluyen en el río Brumeti y que
aportan la vida a este ecosistema. Una, la marea de agua que las lluvias provocan y que supone el crecimiento del río, y otra, la marea de más de un millón de herbívoros
africanos que migra todos los años y que deja un gran tributo en vidas que
alimentan a los cocodrilos y otros animales, aportando la energía que cierra el
ciclo de la vida. En este documental se habla de las grandes manadas de
herbívoros que un día pastaron en las llanuras americanas. Alrededor de
65.000.000 de bisontes. No necesitamos viajar tanto para observar manadas de comedores de plantas tan grandes.
Yo
he tenido la gran fortuna de trabajar al aire libre en el monte. Allí me he
“enfrentado” con temibles “plagas” que al parecer pretendían reducir a
desiertos nuestros bosques. Tras los días de trabajos, de preguntas y de
observación llegué a ver a las pretendidas plagas bajo otro prisma. Para
obtener esta visión, tenéis que agachaos conmigo, poneos de cuclillas frente a
unos pinos derribados por el viento o por un alud y examinarlos de cerca. También
podemos ver en acción a estas diminutas criaturas en algunos grupos de pinos
que van perdiendo color de forma misteriosa en un lugar remoto de un pinar. Millones
de pequeños comedores de plantas, muchos más que bisontes en la pradera
americana se alimentan en nuestros pinares.
En
la sabana africana podemos contemplar elefantes, jirafas, cebras y antílopes
repartiéndose los recursos para aprovecharlos al máximo. Las hierbas, árboles y
arbustos dependen de los herbívoros para continuar existiendo ya que están
adaptados a la convivencia con ellos, y los unos dependen de los otros. Los herbívoros consumen la hierba, reparten sus semillas y abonan el
suelo con sus excrementos y con sus cuerpos una vez termina su vida. No hay
sabana sin herbívoros. Pero no todo es tan sencillo para los comedores de
hierba. En la sabana hay leones, hienas, leopardos y otros carnívoros que se
encargan de eliminar a aquellos animales enfermos, viejos, o demasiado jóvenes
Del
mismo modo que en la sabana hay ingentes cantidades de comedores de plantas de
diferentes especies repartiéndose los recursos, los diferentes
escarabajos escolítidos "se reparten" un árbol de modo que según el diámetro de
la madera, el espesor de la corteza, la especie de pino o la época del año, son unos u otros quienes aprovechan el recurso ( foto de la derecha). Varias especies de diferente
tamaño, como los antílopes en la sabana, ocupan el árbol desde la raíz hasta la
copa. Los pinos son muertos y comidos por diminutos comedores de plantas.
También hay gigantes bajo la corteza. A modo de solitarios elefantes, las
larvas de los escarabajos longicornios (a la izquierda) van consumiendo recursos con increíble
voracidad. Sus larvas son mayores que las de los escolítidos, pero estas
larvas, también son de diferente tamaño según la especie, que puede variar a su vez según sea el diámetro de la madera o la
época del año, pudiendo así aprovechar al máximo los recursos. Un mismo árbol
puede albergar diferentes especies de longicornios. Alrededor de los
gigantes, aparecen los enanos. Aquellas pequeñas zonas que quedan sin consumir
por las larvas de las diferentes especies de escolítidos o longicornios especialistas en cada
tramo de pino, son ocupadas por otros tan diminutos que pueden consumir hasta
la última parte de alimento disponible. Son incluso más pequeños que los más
pequeños que se ilustran en la fotografía de los barrenillos sobre estas líneas.
La
supervivencia del pinar depende a su vez de que los pinos más débiles o moribundos
sean consumidos por millones de insectos y que sus cuerpos se reincorporen al
suelo y se conviertan en el sustento de aquellos árboles que crecen fuertes y
vigorosos, que son inexpugnables al ataque de los insectos por su fuerza, pero
que necesitan de los nutrientes para sobrevivir. La reproducción de los
pinos vigorosos depende de que sus retoños tengan la luz suficiente para
crecer, y para ello es necesario que aquellos pinos enfermos dejen espacio a
los pequeños retoños con mejor carga genética. Su muerte abrirá un hueco en el oscuro pinar por el que la luz
del sol llegará al suelo y permitirá a los nuevos pinos tener una oportunidad.
Los
carnívoros que acosan a los herbívoros de la sabana tienen su equivalencia en nuestro
tronco, pero a escala reducida. Ejércitos de hormigas patrullan los troncos
haciéndose con aquellas larvas que están accesibles por haberse levantado la
corteza y que les permite el acceso al inexpugnable reducto. El especialista pico
carpintero, escucha en el interior del tronco. Aquí y allí, practica
rápidamente agujeros sobre la corteza por los que introduce su especializada
lengua con la que las larvas son arrancadas de su húmeda y oscura morada
sirviendo de alimento al ave. Otros insectos especialistas se introducen bajo
las cortezas dando caza a las larvas en su medio como haría un león o un
leopardo. Un exceso de humedad facilita la proliferación de los hongos que
pueden acabar con la vida de numerosos ejemplares, así como una excesiva
sequedad del medio puede deshidratar a las larvas y ninfas. Las larvas de estos
insectos no tienen patas, por lo que si las condiciones en las que se encuentra
su “vivienda” cambian no podrán huir de él y morirán. Si la corteza se
desprende por cualquier motivo, caerán al suelo y allí morirán sin remedio
En
este fascinante mundo de lo pequeño, los dramas de las grandes praderas y
sabanas africanas tienen su equivalencia. A través de siguientes entradas, os
contaré alguna cosa curiosa de la “gente” que vive en nuestros bosques sin ser
vista. Aquellos herbívoros cuyas cabezas no vamos a ver disecadas sobre una
chimenea pero que su vida cotidiana es tan sorprendente, interesante y esencial
para el funcionamiento de nuestros bosques como la de los grandes herbívoros es
para la sabana africana. Os hablaré desde mi punto de vista, del modo en que yo
veo el bosque después de haber sido un “luchador contra las plagas”. Os hablaré
desde mi pensamiento formado en el bosque, al pie de un árbol y con una
motosierra en la mano. Con el silbido del viento en las copas de los pinos y
con el aroma de la gasolina quemada en el estómago de la máquina todavía
impregnando el aire, fue donde se reafirmó mi pensamiento: para que un bosque
de pinos siga siendo un bosque de pinos necesita la acción de los comedores de pinos.
Algo que mi “autodidacta formación naturalista” sospechaba, pero que la
convivencia con los seres del bosque confirmó.
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