sábado, 28 de abril de 2012

Los gnomos también hacen surf.


Quizá algunos de vosotros gozáis como yo de los paseos en la playa. El mar arroja cosas curiosas que algunas veces no sabemos bien qué son. Una de ellas son los huesos de las sepias. Se llaman "jibiones". 
 Normalmente, las sepias que se venden en las pescaderías están limpias y en semi-conserva, y el aspecto que presentan es blanco. La sepia es uno de los maestros del camuflaje, y el aspecto de este animal en fresco es diferente del que estamos acostumbrados a ver.
Si tenemos ocasión de comprar en nuestra pescadería alguna sepia fresca y “sucia”, al momento veremos que su tacto es duro. Bajo su cuerpo que conocemos como manto, hallaremos un “hueso” grande y rígido que normalmente se comercializa como aporte de calcio para las aves de jaula. Estos huesos, que son muy ligeros, flotan con gran facilidad por lo que son arrastrados frecuentemente a las playas donde se encuentran con cierta abundancia. Blancos y flotando, algunas veces las gaviotas los confunden con peces muertos. Éstas los recogen y tras comprobar que realmente no se trata de ningún pez los abandonan de nuevo pero con las marcas del pico de las mismas. Algunos presentan las marcas de bocados de peces, teniendo el aspecto de pequeñas tablas de surf atacadas por un tiburón. Son las tablas de surf de los pequeños gnomos que habitan los bosques del litoral.

viernes, 20 de abril de 2012

Los peces no leen libros


El otro día llevé a pescar a mis hijos pequeños. Fuimos al río de Zaragoza. Cuando hablo del río de Zaragoza me refiero al Gállego. Estuvimos proporcionando un baño a las lombrices más que pescando. A pesar de la poca fortuna, unos hambrientos foxinos o piscardos (Phoxinus phoxinus) decidieron engancharse y salir a visitarnos. A la derecha podéis ver la fotografía de un piscardo segundos antes de volver felizmente al agua de nuevo. Estos peces se empeñan en vivir en el tramo final del río Gállego pese a que son más bien peces de aguas de montaña.  Esto es lo que dicen los libros que no leen estos peces y por eso viven donde no debieran.
 Los primeros de estos peces los ví hace una ”sartenada” de años en el río Arba de Luesia, en algunas de sus pozas. Unos años (muchos) después recuerdo que hicimos una “operación rescate” en el Gállego, en un charco que quedó aislado del río tras una avenida. Tendría un metro cuadrado o poco más y en la zona más profunda tan sólo diez centímetros. Al pasar junto al charco, unos peces se movieron en el fondo. Como estaban condenados a una muerte segura decidimos rescatarlos y llevarlos de nuevo al río. Llegamos a sacar un centenar de pequeños peces de aquel pocillo. El número era realmente disparatado, pero al ir sacando uno a uno a aquellos pececillos, descubrimos que se trataba de varias especies.
Barbos, carpas, gobios, madrillas y como premio, un piscardo. El primero que veía tan abajo. Después me acostumbré a su presencia. Para verano yo pensaba que desaparecerían pues cuando empieza a bajar poca agua y esta se calienta, los colores de estos peces son menos vivos, señal de que no están “tan felices”. Buceando con gafas en algún tramo, ví como en las zonas donde el agua mana, esta es fría y concentraba a los barbos que se podían coger incluso con la mano utilizando la estrategia del varano del Nilo. Puede ser que sobrevivan a los calurosos veranos en lugares así, o que consigan superarlo por haberse ya acostumbrado. En cualquier caso, creía que no serían tan abundantes como son debido a la introducción de nuevos peces como el alburno.
Otro día os hablo de algunos peces introducidos en el Gállego y de cómo la fauna autóctona responde a veces a estas apariciones. Unos son desplazados y rarificados hasta casi desaparecer y otros se benefician de los “turistas” recién llegados. En este mundo de la naturaleza a veces las cosas son grises, no blancas o negras…

viernes, 13 de abril de 2012

El supremo sacrificio del sisón


De las conductas animales podemos destacar algunas que son realmente sorprendentes. Para mí una de ellas es la del macho del sisón (Otis tetrax) y su extremo sacrificio. El macho del sisón, posee una particularidad curiosa en su vuelo. El batir de sus alas produce un silbido que es capaz de atraer la mirada de los depredadores y así estos pueden desviar su mirada de la prole que se puede poner a la fuga.
Hace unos años, trabajando en el campo de maniobras tuve ocasión de disfrutar de una de estas temporadas en la que los sisones son realmente frecuentes. Me encantaba ver y oír volar a estas aves que intentaban llamar mi atención y desviarme de mi ruta para (supongo) evitar que localizase el lugar donde estaban los pequeños o el nido. Había leído que este silbido se produce al poseer los sisones machos un pluma más corta entre las rémiges primarias de ambas alas. Yo me preguntaba que si esto era así, por qué no silban las alas de todas las aves cuando mudan sus plumas y tienen una rémige primaria más corta que las otras aunque sea de modo temporal.
La respuesta llegó ese mismo año. En este caso la respuesta vino del sacrificio de un macho de sisón. Encontré los restos de un macho de sisón que había visto días atrás y que fue atacado por un águila real (Aquila chrysaetos). Cabeza arrancada, ningún resto más del cuerpo, un manto de plumas y un ala intacta... Todavía estaba la sangre fresca.
Sabía de la presencia del águila,  un ejemplar joven del año anterior que había visto por la zona. Los pastores, también la habían visto, y se quejaban de la desaparición de varios corderitos pequeños. Un día la vieron devorando a uno. Aseguraban que si seguía así alguien le pegaría un tiro, pero esto es otra historia.
El caso es que cuando ví lo poco que quedaba del sisón, cogí el ala todavía fresca y la agité como lo hiciera momentos antes su antiguo propietario y surgió el milagro. El ala empezó a silbar. Mirando las plumas del ala, vi que no sólo la rémige del sisón es más corta, sino que tiene unas escotaduras extrañas en los márgenes externo e interno de la pluma en concreto. Sin duda ha de ser ésta forma característica lo que produce el siseo (que por otra parte da nombre al sisón), y no la longitud de la misma.
En el manto de plumas que dejó el águila real tras su comida, encontré sueltas las rémiges primarias que en esta foto os muestro. El ala, la guardé como la encontré y aunque transcurridos varios años desde su hallazgo,   su sonido es todavía audible aunque con menor intensidad cuando se agita arriba y abajo. Hoy el ala del sisón que tantas veces llamó mi atención todavía puede sorprender a aquellos que oyen el silbido cuando la agito arriba y abajo en el aire al tiempo que les cuento esta historia.

sábado, 7 de abril de 2012

Un sapo de altos vuelos...


Esto que os traigo hoy es una curiosidad. Tanto por el rastro de actividad como por la historia de cómo llegamos a encontrarlo así. Este ejemplar (o lo que queda de él) es de Sapo común (Bufo bufo). Procede del ibón (lago de montaña de origen glaciar) de Piedrafita, en el Pirineo de Huesca. Después de un día de trabajo por la zona hace ya varios años, decidimos subir a comer a las orillas del ibón. Aparcamos el coche y al salir vimos un armiño  (Mustela erminea) con el pelaje marrón típico de verano subiendo por unas piedras y asomándose a cada momento. Su curiosidad podía más que su miedo.
Más arriba, en el ibón, un milano real (Milvus milvus) describía círculos a cierta altura sobre la lámina de agua. Al acercarnos más vimos que llevaba algo entre sus garras y que lo devoraba al tiempo que sobrevolaba el ibón. De repente, soltó lo que llevaba en las garras, que cayó al suelo, e inmediatamente efectuó un vuelo a ras de agua, y como un pigargo, recogió con sus garras un sapo que se encontraba a ras de superficie y levantó de nuevo el vuelo. De nuevo los círculos sobre nuestras cabezas y comenzando a devorar al sapo en pleno vuelo.
Una mirada atenta a la orilla del ibón me mostró que había decenas de cuerpos de sapos y que todos presentaban el mismo aspecto. El milano, a sabiendas de la toxicidad de la piel del sapo debida a la presencia de las glándulas parótidas que segregan un líquido tóxico, lo pelaba como un plátano y dejaba tan sólo la piel vuelta sobre la cabeza y la espina dorsal, consumiendo el resto de dicho sapo. Los sapos deben de ser presas frecuentes de los milanos, tanto del milano negro (Milvus migrans) como del Milano real (Milvus milvus). En una ocasión pude comprobar como cientos de ejemplares de Sapo corredor (Bufo calamita) que estaban entonando su canción nupcial enmudecían al paso del milano negro. Ahora me arrepiento de no haberme acercado a las inmediaciones de la balsa donde estaban los sapos para comprobar si el milano negro trataba a los sapos corredores del mismo modo que el milano real trataba a los sapos comunes.
Si no hubiera visto al milano en acción quizá hubiese pensado que los restos desperdigados por toda la zona eran obra del armiño. Unos días después ví publicado en la revista Natura que las nutrias llegaban a los ibones y comían los sapos dejando la piel. Las fotografía era idéntica a los restos que yo encontré. Al escribir preguntando cuales eran los indicios que hacían pensar en que las presas pertenecían a una nutria no recibí respuesta. Este naturalista creo que asturiano, supuso que fueron las nutrias como yo hubiese supuesto que era el armiño. Sólo dando una vuelta en torno al ibón se apreciaba la magnitud del "sapicidio" cometido pues había quizá un ciento o más. En cualquier caso era demasiada comida para un armiño y para un sólo milano.