miércoles, 24 de agosto de 2022

Los incendios que vendrán...

 


Los incendios, en principio, son procesos naturales más o menos habituales en la naturaleza. Como estos procesos forman parte del escenario natural desde hace millones de años, las diferentes especies han tenido que adaptarse a su presencia o sucumbir. Es la ley marcada por la selección natural que ya describiese Darwin. El planeta y la supervivencia en él, distan de ser un cuento de Disney. Constantemente, hay que buscar alimento, vigilar a los posibles depredadores y sobrevivir para dejar descendencia. Y eso, no sólo han de hacerlo los animales, sino también los vegetales y el resto de los seres vivos. Para aquellos seres vivos que pueden desplazarse, siempre existe la huída para zafarse del peligro, pero aquellos que como los vegetales, han de permanecer en el sitio, las adaptaciones a catástrofes naturales como los incendios, ya sean provocados por los rayos o por las erupciones volcánicas, pasan por dos únicos caminos. O resistir a la acción devastadora del incendio, o dejar una descendencia adaptada al nuevo paisaje generado tras el mismo. Al fin y al cabo, perpetuar la descendencia es, en cierto modo, perpetuarse a sí mismo. Encabezando esta entrada, vemos una fotografía tomada esta misma semana en la regeneración natural del incendio que sufrieron los montes xeromediterráneos de Valmadrid, en Zaragoza. El incendio fue estabilizado el 31/7/2009 tras quemar 1700 hectáreas de tres municipios. Toda la superficie ocupada inicialmente por el bosque se está regenerando. El monte del fondo no se regenera, pero ya no era bosque en 2009 y muchos años antes. La sobreexplotación ganadera del entorno de Zaragoza en épocas pasadas, dejó mucha superficie con este aspecto, aumentando considerablemente aquella que por razones de salinidad,  suelos o fauna herbívora antigua tuviese condición de zona esteparia. La fauna salvaje fue sustituida por el ganado, censándose en Zaragoza, a finales del siglo XVIII 100.000 cabezas de ganado lanar en la ciudad de Zaragoza. A este se unirían presumiblemente ganado bajado de la montaña en invierno.


Siguiendo estos dos caminos, se han desarrollado pues los mecanismos de gran parte de nuestra vegetación autóctona, sometida al cabo del tiempo a recurrentes agresiones, ya sea el diente del herbívoro o los incendios forestales provocados por las tormentas eléctricas. El camino del rebrote, que se basa en mantener a salvo las raíces y conservar la capacidad de surgir de nuevo a partir de ellas, es el más frecuentemente adoptado. Todas las plantas de la familia del roble, las coscojas (Quercus coccifera), los alcornoques (Quercus suber), las carrascas o encinas (Quercus ilex), y los quejigos (Quercus faginea), han adoptado esta capacidad, y por ello, las dos últimas han sido tradicionalmente usadas como proveedoras de leña, ya que tras la tala vuelven a rebrotar de nuevo. La misma estrategia siguen los madroños (Arbutus unedo) o los bojes (Buxus sempervirens). (En la foto de arriba a la derecha, coscoja regenerándose en noviembre de 2001,  después del incendio de Riglos, Huesca, en agosto de 2001).

Tan bueno es el método del rebrote que el pino canario (Pinus canariensis),  ha desarrollado la capacidad de rebrotar.  No obstante, la capacidad de adaptación al incendio más brutal, es la desarrollada por el pino carrasco (Pinus halepensis), cuya estrategia es sucumbir al incendio y distribuir sus semillas para colonizar el suelo quemado en el futuro. A la derecha, vemos como ya aparecen plantones de pino carrasco tras el incendio. En este caso, también se trata del incendio de Riglos, en Huesca, que se originó en la primera semana de agosto de 2001. La foto es de la última semana de octubre del mismo año. La regeneración estaba en marcha tan sólo dos meses después.



Es el pino carrasco, como ya he dicho, un auténtico especialista en sembrar retoños al mismo tiempo que surge el incendio. Posee, además de las piñas convencionales, unas piñas especiales denominadas serótinas, (foto de la abajo a la derecha) que no liberan las semillas al madurar, como ocurre con las piñas convencionales. Estas piñas, se secan y constituyen un arca donde se encuentran atrapadas las semillas viables durante meses o años. Sólo el tremendo calor producido por un incendio provoca la apertura de la piña, que  liberará los piñones y las corrientes de aire provocadas por el propio incendio las distribuirá gracias a un ala que les permite ser impulsadas por el viento. A la izquierda, piñón típico con su ala.
 
Se une al mecanismo de dispersión constituido por las alas de los piñones y las piñas serótinas, la disposición de dichas piñas, sustentadas en un pedúnculo que además, está retorcido, haciendo que las piñas giren apuntando sus ápices hacia el tronco. Cuando el calor producido por el incendio sobreviene, estas piñas serótinas y lignificadas se abren. Si el pedúnculo no está ya verde, cosa que no ocurre en todas las piñas serótinas, al abrirse las escamas producen un efecto de palanca sobre la rama de la que penden, haciendo saltar a las piñas a grandes distancias, hecho que puede ocurrir con la propia piña en llamas, ayudando a la dispersión del incendio. La existencia de algunas de estas “piñas saltarinas o incendiarias” es algo que suelen comentar a menudo quienes extinguen los incendios. No explotan como suele creerse, sino que son catapultadas. Así pues, nuestros bosques mediterráneos de pino carrasco, no sólo están adaptados a sobrevivir y regenerarse tras los incendios, sino que incluso "participan activamente" en su propagación. Tras un incendio, al rebrote masivo de las especies adaptadas a ello, se une una germinación masiva de semillas que sustituyen en unas décadas al bosque primigenio con nuevas plantas, hecho que hemos visto en detalle más arriba con fotografías del incendio de Riglos en 2001 o el de Valmadrid en 2022.


En el dibujo adjunto de la derecha (pinchar sobre él para ver más grande), vemos cual es el proceso de regeneración de un bosque mediterráneo. En un bosque, árboles y arbustos conviven llenando todo el espacio, lo que además de un aprovechamiento máximo de dicho espacio, facilita que el suelo esté debidamente estructurado y que los procesos vitales se lleven a cabo en su totalidad. Especies determinadas de aves y mamíferos contribuyen de forma activa en la distribución de las semillas. Ilustrar esto con un zorro y una urraca, no es casual. Estas especies entre otras, contribuyen de forma decisiva en la distribución de las semillas. Elegirlas a ellas tiene la única finalidad de mostrar un aspecto de la ecología de los bosques, que quizá no es bien conocida y que  ilustra el desconocimiento sobre la ecología forestal que ostentan algunos medios ultradefensores de eliminar córvidos y zorros a quienes denominan directamente "anticaza". La diversidad del bosque facilita que aun tras el más brutal de los incendios, el bosque siga latente, iniciando su regeneración tan sólo unas semanas después de haberse apagado. Una gestión inadecuada pastoreando los bosques, si provocan la desaparición excesiva de sotobosque y de plantones jóvenes, compromete la regeneración del bosque tras un incendio, que tenemos la absoluta seguridad que se producirá tarde o temprano, porque a los rayos y fenómenos naturales se suma la gran cantidad de incendios que se provocan por diferentes intereses o por descuidos. La extracción de la madera quemada, puede ser perjudicial. Por ello, hay que valorar como se hace. La madera no es mala para el bosque, si bien es un recurso que obtenemos del mismo. La construcción de fajinas con troncos para evitar la erosión tienen el valor añadido de que la materia orgánica retorne de algún modo al bosque, hecho que no ocurre si se extrae la totalidad de la madera. Cuando se decide realizar la extracción de la madera, si sólo prima el criterio técnico, podría ser una práctica perjudicial. Los árboles calcinados son los soportes sobre los que se detendrán las aves a expulsar las semillas de las plantas que no rebrotan contenidas en sus excrementos.  Es igualmente poco apropiado llevar alimento a las especies silvestres, siendo más conveniente que abandonen la zona para buscar alimento en las proximidades. Si permanecen en el lugar, se alimentarán de la vegetación que se regenera sin darle tregua. Los primeros meses es mejor que se recuperen los vegetales, los herbívoros pronto podrán volver. Esta práctica, que hemos visto emprenden algunas asociaciones de cazadores,  tiene como objeto la fijación en el territorio de las piezas que más tarde cazarán. No es bueno forzar la presencia de estas en los primeros meses tras el incendio, pues eliminarían los rebrotes y plantones tiernos. Ya retornará el bosque con la caza en un futuro próximo. Es curioso que contribuyan a esta práctica algunas personas amantes de los animales que en su visión sesgada de lo que es un bosque no aceptan los ritmos que establece la naturaleza. Unos meses después de aportar comida a los animales silvestres, serán enemigos irreconciliables de los cazadores. Sí que en cambio sería de gran ayuda aportar comida al ganado para que no estropease la regeneración. Como vemos, ganado, caza, recuperar parte de la productividad del bosque o incluso la quienes pretenden la protección de los animales y que no mantienen una imagen global del ecosistema, tienden, sin maldad, a orientar la futura gestión de forma inadecuada para la perpetuación del ecosistema. Deben por ello las actividades descritas estar sujetas a criterios científicos. No deben ser prohibidas, pero sí han de ser supervisadas y orientadas por criterios globales, que contemplen el ecosistema y su reconstrucción. De este modo, el bosque siempre estará ahí cuando nos haga falta. Cuando el bosque arde, si está cerca de núcleos de población suele afectar muy negativamente en la vida de las personas del entorno. Cuanto menos dinero se dedica a la reconstrucción del bosque, más se puede dedicar a reconstruir la economía  de las personas del entorno quebrantada de forma abrupta e irreversible si no se aportan ayudas.

 Como vemos, el bosque mediterráneo, no corre peligro de desaparecer mientras siga siendo bosque,  mantenga las suficientes piezas para su autoreconstrucción y no sufra un incendio recurrente. Cuantas más piezas pierde el bosque, más se compromete su futuro. Las dehesas sobreexplotadas y sin diversidad pierden una gran cantidad de la esencia que las caracteriza cuando muere una sóla encina, debido a que no hay otras jóvenes que la sustituyan desde hace décadas.

Un problema que surge debido a la tremenda adaptación al fuego que presenta el pino carrasco, es que esta especie se ha usado masivamente para las repoblaciones o cultivos forestales. Este es un aspecto muchas veces criticado. Hay que comprender, que las repoblaciones forestales se hicieron con criterios técnicos, no ecológicos. Desde el punto de vista técnico, no hay mejor especie que el pino carrasco para generar un arbolado en suelos degradados. Soporta pluviometrías subdesérticas, siendo capaz de vivir en lugares donde ningún otro árbol lo hace. Como resultado de estas repoblaciones, tenemos cultivos forestales altamente inflamables en lugares cuya vegetación potencial sería otra, compuesta por planifolios de quercíneas de varias especies. Frente a quien habla de meter ganado en los bosques para que no ardan, que no deja de ser una proposición descabellada, debe de primar la del objetivo de tener bosques, que ardan o no, se perpetúen por sí mismos.

El escenario climático actual indica un repunte de las temperaturas y una distribución irregular de las precipitaciones, aunque en ocasiones, no más escasa. No es necesario ni conveniente entrar en un debate sobre si la elevación de las temperaturas medias se corresponde o no con la emisión de CO2 a la atmósfera. En primer lugar porque sea ésta o no la razón, no se va ha hacer ningún cambio al respecto. Las restricciones de los combustibles fósiles, viene motivada por su escasez y la necesidad de reservar el petróleo que queda para poder continuar con la actividad comercial e industrial globalizada, habida cuenta de la imposibilidad de su sustitución por otras fuentes en el escenario económico actual. Sea pues este calentamiento motivado por las emisiones de CO2, o sea la continuación de un ciclo repetitivo similar al de los períodos cálidos del Imperio Romano o el de la Edad Media, ese nuevo escenario está por ver que permita que las áreas que conocemos como propias de encinares, sean capaces de soportarlos en el futuro. Las altas temperaturas más recurrentes y ausencia de lluvia en períodos más dilatados, puede impedir que los bosques potenciales sean los mismos que hace décadas. Por ello, podemos adoptar estrategias que doten a los bosques de la plasticidad necesaria para adaptarse a los cambios. Un ejemplo de dotación de plasticidad al bosque es el que vemos en la foto de arriba a la izquierda. El encajamiento del río Gállego a su paso por Zaragoza motivado por los antiguos dragados para extracción de grava, amenaza la viabilidad del bosque de ribera, que queda "colgado" demasiado arriba y que en algunos puntos queda fuera de las avenidas extraordinarias y de la influencia de la capa freática. El Ayuntamiento de Zaragoza, que ya repobló en su día el bosque de ribera, ha colocado en la proximidad los elementos típicos que componen el bosque xeromediterráneo, tanto árboles como arbustos. De este modo, si el bosque de ribera comienza a desaparecer, el bosque xeromediterráneo que ya producirá frutos y plantones avanzará hasta el cauce si procede y se mantendrá el deseado efecto de bosque galería por el que la fauna podrá desplazarse de unos lugares a otros, ejerciendo a la vez de "paso de fauna" a salvo de las infraestructuras como vías de tren, autopistas o autovías. Mientras se mantengan las condiciones propicias para que el soto se desarrolle, el bosque xeromediterráneo no ocupará el lugar del soto. Igualmente, si en el futuro se restaurase el río aportando el sedimento extraído de modo que volviese a poder desplazarse como le es propio, la típica colonización agresiva de los árboles típicos del soto podría llegar incluso a desplazar al bosque xeromediterráneo al exterior.

Durante milenios, los bosques se han desplazado a lo largo y ancho de los continentes o las alturas cambiantes de las montañas libremente. Los cambios en el clima no han sido por lo tanto catastróficos. Un aumento de las condiciones de aridez, provocaba que quienes eran más resistentes a estas condiciones pudieran invadir las zonas de lo que antaño fueran zonas más húmedas e ir sustituyendo a los bosques propios de ellas, que aumentarían en latitud o altitud buscando áreas mejores. No es algo que se haga de forma consciente y premeditada, sino que las semillas son capaces de germinar y dar lugar a ejemplares adultos de las plantas que sean, más allá de los límites antiguos. En algunas décadas, el bosque era capaz de “moverse de sitio”. Esto se ve en el monte cuando se observa como la transición de una vegetación típica a otra no es una “raya”, sino que existe una zona de contacto con especies dispersas de los componentes de ambos tipos de bosque, más húmedo y más seco. Ante un cambio, en esta zona unas especies predominarán sobre las otras y las que avancen se internarán más en la zona de la otra produciéndose esta zona de contacto más adelante, produciéndose el "movimiento".

El escenario actual dista mucho de permitir este movimiento. Muchos de los bosques actuales son reductos-isla atrapados entre áreas de cultivos que no permiten su lento desplazamiento, y no existe en muchos casos esta zona de contacto que es “tierra de nadie”. Estos desplazamientos, vividos como recolonizaciones, los hemos visto en las últimas décadas sobre tierras abandonadas del entorno rural donde la maquinaria moderna ya no las hace rentables. Es imposible en muchos casos este desplazamiento, (que a mí me recuerda a las estrellas de mar sobre las rocas y los cangrejos huyendo a su paso) en el contexto paisajístico actual. Pero podemos dotar de esa movilidad a los bosques dentro de sus propias islas, creando en dichas islas "tierras de nadie". 

En el caso de las plantaciones forestales, mi idea sobre como intervenir, que es la que creo más razonable ecológicamente, y que va encaminada a la preservación del bosque por sí mismo, es aprovechar que las especies adaptadas a las nuevas condiciones de mayor tolerancia a la sequía y carencia de lluvia ya están presentes. Ellas, han dotado a los suelos de una capa de materia orgánica que los mejora para la recolonización por parte de otras especies. A su vez, hacen posible la implantación de ejemplares jóvenes de otras especies que por sí solas sufrirían unas mayores condiciones de exposición al sol, los vientos y la desecación, que quizá no les permitiesen subsistir o que harían su recolonización, de ser posible, más lenta. No olvidemos que si no hay aporte de semillas que generan plantones, no es posible la evolución de un cultivo forestal hacia un bosque jamás. No es lo mismo vivir que regenerarse. Las semillas germinan mejor en ambientes húmedos y con poca exposición al sol. Los ejemplares jóvenes pasan a formar parte del sotobosque, pero sólo llegan a adultas si los árboles mueren haciendo un hueco en el dosel que permite la entrada de luz suficiente. Si la muerte no se produce contemplamos ejemplares ailados y carentes de vigor que se estiran en busca de la luz. Las visitas a los bosques y la mirada atenta al pie de los árboles, donde las aves dejan caer las semillas contenidas en sus excrementos nos hablan de este proceso. Vemos como el sotobosque en cambio, alcanza su plenitud cuando llega luz suficiente.

El proceso, que se debería de implementar en primer lugar y debido al riesgo de incendios en los cultivos forestales, pasa por el aclarado de la masa en rodales más o menos extensos y la introducción de plantones o semillas propias del sotobosque típico o cohorte que acompaña a la especie cultivada, (en el caso de que se trate de una especie autóctona) además de especies arbóreas planifolias típicas del lugar, que creen diversidad en el dosel arbóreo en un futuro (dibujo de arriba a la izquierda. Pinchar sobre él para hacerlo más grande).

En las zonas aclaradas, próximas a los árboles del cultivo forestal, los plantones nuevos tienen más ventaja por existir una disminución de las condiciones de insolación al disfrutar de sombra durante algunas horas del día y al mismo tiempo luz suficiente para poder desarrollarse. Esto, en unos pocos años, dota al bosque monoespecífico de un aporte de arbustos y árboles con capacidad de rebrote que permitan una autoregeneración del monocultivo hacia un bosque más diverso, de mayor calidad cuanto más tiempo transcurra hasta el incendio. En la medida que los árboles y arbustos vayan creciendo, se deben eliminar ejemplares del cultivo, que por otra parte, era el objetivo final del mismo. Los cultivos forestales no son autoregeneradores de bosques, ya que no lo son. La introducción de biodiversidad los, dota de esa capacidad. 

En algunas de las masas de plantaciones de pino carrasco, debido a lo rústico del árbol, pudiera ser que la viabilidad de las encinas no fuese posible por el aumento de la rigurosidad del clima, pero los arbustos introducidos, dotarían a la regeneración tras un incendio, de la entidad propia de un bosque natural y capacidad de autoregeneración. Aún así, incluso en los bosques de pino carrasco más secos encuentran las encinas lugar para poder subsistir en el fondo de las vales o en lugares más húmedos. La introducción de estas especies se facilita buscando los emplazamientos más favorables a las mismas.

En los bosques naturales aislados en los que no existe contacto entre diferentes “pisos” de vegetación, que implica por otra parte el aislamiento de los mismos e incapacidad de movimiento frente a cambios del clima, lo que procede es la introducción dispersa de plantas forestales de especies menos exigentes en humedad y precipitaciones para obtener el efecto de “tierra de nadie” que existe en los bosques de forma natural. Esto implica actuar incluso en masas naturales añadiendo especies que aún siendo autóctonas, no sean propias de la latitud en este momento. Por supuesto, la introducción se ha de realizar con los árboles y arbustos propios de cada comunidad vegetal.

Los tiempos perdidos no regresan. El tiempo perdido en la no introducción de sotobosque en los cultivos forestales o la eliminación del mismo para "limpiarlos" ahora nos pasa factura, pues tras los incendios, o bien la regeneración nos conduce de nuevo a masas monoespecíficas, o nos deja en la misma situación que la que hubo antes de la repoblación. En algunos casos, el incendio llega a ser incluso positivo desde el punto de la biodiversidad, al dar posibilidad de rebrote a aquel bosque que fue arrasado para repoblar y que sigue latente bajo unos pinos que pueden proceder incluso de otro continente. Importante reto el que enfrentamos, es el de devolver al monte la capacidad de regenerarse en una encrucijada de crisis civilizatoria que abarca tanto al mundo agrícola, como al ganadero, energético, biológico e incluso social. Es el momento de actuar... pero con criterios científicos. Si como respuesta a los incendios terminamos con la resiliencia de los bosques y su capacidad de perpetuarse, habremos cometido un error más. 

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